martes, 16 de febrero de 2016

Deadpool, para que no me esté molestando Quiroga.



Deadpool (Deadpool)
E.U., 2016
Dirección: Tim Miller.
Guion: Rhett Reese y Paul Wernick, basads en el personaje creado por Fabian Nicieza y Rob Liefeld.
Fotografía: Ken Seng.
Protagonistas: Ryan Reynolds, Morena Baccarin, Ed Skrein, entre otros.
Duración: 108 minutos.

Las películas de Superhéroes son una moda pasajera. Sé que suena radical, pero en la historia del cine, exceptuando las comedias y melodramas “románticos”, no hay otro subgénero que haya funcionado más allá de un par de décadas. El western, por ejemplo, tuvo su plenitud en los años cuarenta y ya entrados los años sesenta, se volvieron esporádicas sus apariciones, al grado que hoy, si se llega a realizar una cinta de este tipo, es mucho. Igual pasó con los filmes de romanos, los de luchadores, de ninjas y demás. Es lógico que los súper poderosos vayan a pasar a mejor vida en algún momento. Lo comentó Steven Spielberg y causó polémica (principalmente entre los fanáticos del subgénero, que son más rabiosos que los seguidores del papa). Pero no se necesita ser un genio del cinematógrafo para saber que esto va a pasar, es un proceso natural. Ahora bien, no es una situación negativa, por el contrario, después de un auge, en el que se realizan films de este tipo hasta el hartazgo, la producción desciende al grado en que se facturan mejores y más interesantes trabajos. Cuando se “enfría” el western, por ejemplo, nace el spaguetti y el chili western, que va a dar obras mayores, como La trilogía del hombre sin nombre y su gran final, llamado El bueno, el malo y el feo (Il buono, il brutto, il cattivo, Sergio Leone, 1966) y Ahora, mi nombre es nadie (Il mio nome è Nessuno, Tonino Valerii, 1973), o las nacionales El topo (Alejandro Jodorowsky, 1970) y Los hermanos del Hierro (Ismael Rodríguez, 1960), entre otras, que hoy han influenciado grandes trabajos como Los imperdonables (Unforgiven, Clint Eastwood, 1992). El caso de Deadpool podría ser el principio del fin.
                Veámoslo así: Cuando, en 1978, Richard Donner filmó Superman, nadie se imaginaba que años después se fuera a desatar una locura hacia cintas con seres con habilidades súper extraordinarias, excepto los fanáticos del cómic y algunos productores que fracasaron tan feo que nadie se acuerda de ellos. Fue hasta que Tim Burton realiza Batman (1989) que todos comienzan a tomar en serio este tipo de obras, pero es hasta X-Men (Bryan Singer, 2000) y Spider-Man (Sam Raimi, 2002), que se forza a la industria a voltear hacia el mundo de la historieta de superhéroes. Y claro, la trilogía de Batman, de Christopher Nolan, cimentaría la seriedad con la que se trataría al subgénero.
                Deadpool es la adaptación más apegada a un personaje de estos al cine. Watchmen (Zack Snyder, 2009) demostró que se podían hacer cintas para adultos con estos materiales, fieles a lo realizado por sus autores y sobre todo, sin tener que censurarse en pos de una mejor taquilla. La ópera prima del antiguo animador, Tim Miller, no podía ser mejor.
                Masacre, como se le conoce en España, es un antihéroe cómico que nace para criticar o parodiar a Deadstroke, un mercenario de DC Comics, que a su vez, servía de respuesta al Punisher de Marvel Comics. Salido de las páginas de X-Force, el “mercenario bocazas”, como muchos le dicen, era una mezcla del mencionado Deadstroke, Spider-Man y un ninja. Ni quién pensara que sus creadores serían los higadescos Rob Liefeld y Fabian Nicieza, quienes serían culpables, junto a Jim Lee y Tod McFarlane, de los excesos del cómic noventero. Su características principales son el ser feo, psicótico, amoral, violento y apestoso, además de que cuenta con los instintos asesinos de Wolverine, las habilidades con las armas de Punisher y Psylocke, además de la flexibilidad y el humor idiota de Spider-Man. Su llegada al cine tuvo que esperar casi diez años, por motivos por todos conocidos, así que no tiene caso comentarlos. Cinematográficamente, es una cinta sui generis.
                La trama es la misma que cualquier peli de mamados de las que pasan el domingo en el siete: Un mercenario decide vengarse de los que, con engaños, lo transforman en monstruo, al tiempo que trata de recuperar al amor de su vida. Y eso es todo. Nada nuevo, ya se había hecho, por ejemplo, en Darkman: El rostro de la venganza (Darkman, Sam Raimi, 1990), de la cual la trama es casi una calca, con todo y antihéroe desfigurado y con habilidades especiales incluido. Tampoco lo es el hecho de que se rompa la “cuarta pared” y se platique con el público, recién este año, por ejemplo, este elemento se empleó en La gran apuesta (The Big Short, Norman McKay, 2015). Tampoco lo son las imágenes congeladas o la cámara lenta. Vamos, ni siquiera el hecho de que el actor se auto parodie es inédito. Lo novedoso es que la cinta no se toma, absolutamente en serio. No puede. El personaje no lo hace nunca y no tiene por qué serlo este trabajo. Es curioso que lo que caracteriza al original en que se basa la cinta es tan sencillo, que en cine parece complicado hacerlo. Hay más sangre, destrucción y muerte que en un internado femenino en día 28, tanto así, que no puede más que provocar risa. Y los autores lo saben. Es una caricatura de Bugs Bunny, es frenética y desmedida. Y es inevitable que quien la vea, le guste o no este tipo de trabajos, se ría como loco, porque los chistes van y vienen a la menor provocación. La mala leche, la incorrección política, la parodia, la sátira y la auto humillación, se conjugan para demostrar que los tiempos de El caballero de la noche (The Dark Knight, Christopher Nolan, 2008), a pesar de ser tan recientes, están ya superados, y que los cómics y el cine ya están más que asimilados. Ahora bien, existen estrenos programados de este tipo de cosas hasta finales del 2020. Nada más este año, están previstos un filme de estos al mes, aproximadamente. Y eso va a generar cansancio tarde o temprano. Y si Deadpool es el comienzo de lo que profetiza Spielberg, podemos darnos por bien servidos.